domingo, 18 de mayo de 2014

El asombro del niño en el silencio.

Éste ensayo está lejos de pretender ser un resultado riguroso sobre mi apreciación de la música. En cambio en éste pretendo compartir un ejercicio que me ha llevado a la apreciación de la música “viva”.Me resulta interesante enterarme que el silencio, según los físicos, es virtualmente inexistente. Pero esto no parece detener a ningún meditador que busque en sus entrañas un estado de vaciedad profunda. Esto no sería la excepción en un concierto vivo. Pues con quien en una presentación nos damos cita, implícita o explícitamente, es con el público mismo. Y por mucha que sea nuestra habilidad de poder silenciar nuestro ser. Negar del público la expresión de su presencia es negarnos, al mismo tiempo, a admitir la frescura de lo que “en vivo” tiene el concierto. Reflexiones como ésta me acercaron a proponerme una serie de ejercicios que ayudaron a agudizar mi oído para el mayor disfrute de los conciertos. Por ahora para poder amarrar estas últimas cuestiones me gustaría relatar una curiosa experiencia que me motivó a desarrollar estas ideas.
Un reto. Atrapar el escurridizo sonido.
En aquella ocasión tuve la suerte de ir a la presentación de la sinfónica de Guanajuato acompañado de mi amigo Rodri y sus papás. Considero que Rodri tiene una sensibilidad especial y mucha capacidad de apreciar el arte. Con apenas 5 años, Rodri aceptó antes del concierto entrarle a un ejercicio propuesto por mí. Sentados en nuestros asientos aguardábamos mientras la gente se iba acomodando. Yo le señalaba a Rodri como el entorno se iría llenando más y más conforme la gente fuera llegando. Le explicaba que el sonido de la gente sería nuestro material para nuestro experimento por lo que tendría que cerrar los ojos para concentrar la atención en la escucha. Para entonces, habría que hacerle ver que ya había un espectro de sonidos alrededor de nosotros, y que iba ser necesario irlos reconociendo uno a uno. “Debes poner atención, le comentaba, desde lo sonidos más evidentes como el rechinar de las butacas, hasta los más sutiles como el sonido de los programa de mano. Debes hacerlos presentes.” La instrucción era clara. Primero tenía que reconocer todo aquel sonido que le hiciera saber que no estaba solo en la habitación. Segundo debía poner atención incluso a los eventos más lejanos por “imperceptibles” que fueran.
Como último comentario para que su ejercicio fuera pleno, le pedí que imaginara que su oído debería ir reconociendo con detalle tanto las voces, los pasos, el papel, la fricción de las suelas de los zapatos o todo que apareciera escaparía de su oído, la misión era no dejarlos ir y capturarlos, como aquello que evidenciara presencia en la habitación.
Después de un rato de afinación orquestal los aplausos anunciaban la bienvenida que el público le daría al director de la orquesta. Es muy probable que esto robara la mirada del niño, así que le comente que no debía olvidar aquella misión que le había encomendado. “Por lo pronto solo con el oído debes dar cuenta cualquier indicio que delate la presencia de los demás en la sala.”

Así pues, la gente más quieta comenzó a “guardar silencio” y la orquesta a tocar.
De un gesto, el conjunto de cuerdas daba la pauta para liberar un flujo de corrientes que entretejerían compases que daban cause a vientos de madera y metal. Poco a poco el espacio se iba inundando de una orquesta bien atemperada.

Mientras todo esto ocurría no podía yo saber lo que por la mente de Rodri pasaba, yo solo lo veía atento y fiel a la instrucción de mantener los ojos cerrados. De un momento a otro el auditorio era un flujo de corrientes que con sus contrapuntos daban la sensación de mareas en pleno pique.
Poco después de haber entrado la pieza en plenitud, de manera coordinada e intempestiva la orquesta procuró un silencio momentáneo con una hondura tal que dejaba fría la sala. Pero, fue también en ese preciso momento que en casi un grito de asombro Rodrigo exclamo; ORALE!!En toda la sala lo único que fue percibido fue la expresión de Rodrí!!

Después la pieza continuó, pero era casi evidente que el niño había disfrutado aquel silencio como todo lo demás. Sin embargo, en mi sorpresa, yo no sabía si tras “el solo” de Rodri debía algo hacer. Lo único que se me ocurrió tras haber acabado ese acto fue decirle que tan importante era emocionarse por una obra como ser consiente de nuestras reacciones. Sobra decir que a la fecha no sabría qué decir.
Al final de la presentación le pregunté si él creía que algún efecto había tenido el ejercicio. A lo cual me dijo que sí. Según entiendo lo había agarrado por sorpresa.
Reflexión como conclusión

Si bien Rodrí se portó muy paciente con el ejercicio, tampoco estoy muy seguro de que fuera a funcionar con todo mundo. Lo cierto es que parece, que en ciertas condiciones, la música no solo puede influir en la forma que percibimos el medio. Sino que también parece que la música puede influir en como percibimos (si es que ésto es posible) el silencio.
Entonces no puedo irme sin dejar de cuestionarme una serie de aspectos que jalonaron de principio este pequeño ensayo.
¿Qué había pasado con la percepción que teníamos antes y después de la música y del silencio? ¿No era acaso el mismo “silencio” de la sala antes y después de lo interpretado? ¿Acaso tuvieron algún efecto lo ejercicios enfocados en reconocer a los otros en la sala? Y si fuera afirmativa ésta respuesta, ¿Acaso compartir el espacio auditivo con la demás gente no sería la mejor oportunidad de preparar nuestro oído para antes del concierto?

También dejo está reflexión con la intención de invocar al espíritu del lector a 1) Asistir a las presentaciones de música en vivo 2) Invitarlos a intentar el ejercicio y 3) Proponer una vía para el dialogo y el debate sobre el tema.
Saludos!

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